José Manuel Fernández Menéndez. Pediatra


«Mi madre quiso enseñarme a leer y yo me negué. Tenía miedo. En mi colegio había un niño llamado Alvarito, hijo de maestros, que había aprendido en casa. Cuando los demás todavía tartamudeábamos con los tarjetones de las sílabas, él leía de corrido con distraída perfección. Una facilidad pasmosa, difícil de soportar. La venganza se desencadenó en el patio de recreo. Lo perseguían. Gritaban: cuatro ojos, gordinflas. Le pisotearon la cartera. Le colgaron el anorak de las ramas de la higuera, dónde no podía alcanzarlo porque no era ágil trepando»

Irene Vallejo. El infinito en un junco

Resumen

El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es un término genérico propuesto recientemente por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría —en la quinta edición de su Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-5; mayo de 2013)— para englobar a un grupo muy heterogéneo de personas que poseen en mayor o menor grado dos peculiaridades nucleares: 1) déficits persistentes en la comunicación e interacción social; 2) patrones repetitivos y restringidos en sus conductas, actividades e intereses. Si bien no forma parte de los dos criterios esenciales para ser incluido dentro del término genérico TEA, no es infrecuente que, además, algunas de estas personas presenten escasas habilidades motoras. Esta particular forma de ser se inicia en la infancia y persiste en la edad adulta.

No existe ningún marcador biológico ni estudio de imagen que permita establecer el diagnóstico de TEA. Este diagnóstico es única y exclusivamente clínico. Las personas con TEA, a menudo sin diagnóstico, deben superar complicados obstáculos para poder llevar una vida satisfactoria; los más acusados son: el acoso grave en el colegio —con sus consecuencias de fracaso y abandono escolar— y los impedimentos para su inserción laboral.

El autor, apoyado en su dilatada experiencia como pediatra en el ámbito familiar, ofrece una interpretación personal de qué es el TEA. Su visión no objeta a la concepción estándar. No obstante, al aportar un enfoque diferente, más abarcador, espera poder ayudar a una mejor comprensión de las dificultades de las personas con TEA no sólo a los clínicos, también a padres, educadores y autoridades sanitarias.

Palabras clave: trastorno del espectro autista, inteligencia, inteligencia emocional, inteligencia social, habilidades motoras

El término Inteligencia es indefinido, ambiguo, confuso y explica muy poco; o nada. Embrolla más que aclara. Tuvo su prestigio como esas viejas familias cargadas de abolengo, hoy sin patrimonio. Durante largo tiempo se adornó con el oropel de la aparente exactitud: ¡hasta podía medirse! Cierto, el famoso cociente o coeficiente intelectual (abreviado CI; en elegante IQ) sirve para algo; aplicado a grupos tiene algún grado de eficacia predictiva para discriminar a que subgrupos les va a ir, en promedio, mejor. Aplicado a un individuo, su IQ es papel mojado.

Viene esto a cuento porque recientemente en algunos periódicos fue noticia un trabajo de Gøsta Esping-Andersen (Universidad Pompeu Fabra) y Jorge Cimentada (Max Planck Institute of Demographic Research) titulado «¿Qué influye más en la posición social de una persona, sus habilidades o su origen familiar?», en el que se sugiere que aspectos no cognitivos como la ambición o la iniciativa cobran incluso más importancia sobre las posibilidades de movilidad social que las habilidades estrictamente cognitivas.

Es significativo que en este trabajo no se hable a la manera clásica de Inteligencia, se eluda la palabra «inteligencia» y se prefiera matizar y utilizar los conceptos de habilidades cognitivas y no cognitivas para referirse a lo que en tiempos (todavía muy recientes) se acostumbraba a englobar bajo el vocablo vacío e inútil de inteligencia.

Esto siempre se supo (ye muy inteligente, pero no ye listu; otra variante: buenu pa los polinomios, malu pa los recaos; etc.). En la antigua inteligencia, para saber de qué estamos hablando, hay que distinguir entre la inteligencia cognitiva y otras múltiples aptitudes que, a falta de mejor nombre, denominaremos también «inteligencias»: inteligencias no cognitivas.

Inteligencia cognitiva

La inteligencia cognitiva posee diversos componentes y exige, más que admite, a su vez, varias subdivisiones. Imposibles de enumerar en su totalidad, algunos de estos ingredientes de la inteligencia cognitiva serían una copiosa memoria, una laminar fluidez verbal con léxico amplio y sintaxis correcta, la facilidad y rapidez para el cálculo numérico, la visión espacial, la capacidad de abstracción y de síntesis, la imaginación, lo que se quiera…, un poco -no exactamente- a lo Howard Gardner, el galardonado psicólogo estadounidense progenitor de la Teoría de las Inteligencias Múltiples. Con el grado de aproximación que sea —de precisión nunca— sería esta inteligencia cognitiva la única que tentativamente se evaluaría mediante el CI. El rendimiento académico en las escuelas tradicionales se correlaciona con este tipo de inteligencia.

Constreñir toda la feraz inteligencia a parca inteligencia cognitiva, y, todavía peor, expresar esa fracción de la inteligencia con un seco guarismo, el CI, es una convención que puede contentar a algunos peritos y a diversos magistrados obligados a emitir veredictos. Nada más. Suponer que el CI informa de la inteligencia es como admitir que con conocer su superficie ya sabemos todo sobre una parcela. A todo aquél que va a comprar un terreno le preocupa, y mucho, conocer su superficie. Necesita obligatoriamente enterarse de muchos aspectos más: es llano, o tiene una pendiente del demonio; está bien comunicado o queda en el quinto infierno; es cultivable, de secano o de regadío; es edificable, con qué volumetría. Les invito a seguir. Verdad que sobre la marcha se les ocurren cinco o seis detalles más de enorme interés sobre ese terreno antes de decidir si lo compran. Por ejemplo: ¿cuánto cuesta?

Por consiguiente, si para un terreno el dato de su superficie apenas nos dice nada, de qué nos informa el CI en algo mucho más complejo, modulado constantemente por centenares de factores interactuando entre sí, como es la inteligencia. Esa sencilla comparación entre la parcela y la inteligencia desmonta de modo contundente y definitivo la falacia del CI. Esa comparación, ya lo habían adivinado, no es mía. Se debe a Marvin Minsky.

Inteligencias no cognitivas

La inteligencia ni mucho menos se agota en el angosto cauce de la inteligencia cognitiva. Impetuosamente se desborda hacia los amazónicos meandros de otras múltiples inteligencias -también, al fondo, ecos apagados de Gardner inspiran esta jerga- que cada maestrillo adjetiva a su modo. Así: inteligencia creadora (J.A. Marina), inteligencia emocional (D. Goleman), inteligencia instrumental (E. Rojas).

Estas otras múltiples inteligencias están estrechamente entrelazadas entre sí; no obstante, podrían -me parece- deslindarse algunas.

Inteligencia social

La inteligencia social alude a esa mezcla variopinta, incluso contrapuesta, de valores como simpatía, optimismo, extraversión, empatía, asertividad, autoestima, liderazgo, franqueza, honestidad, astucia, etc., que conducen al éxito social. Las personas con inteligencia social son abiertas, cordiales, ocurrentes. Hacen amigos con facilidad y saben mantenerlos, son capaces de integrar a personas de distintas procedencias. Saben limar asperezas, conciliar intereses divergentes defendiendo los propios, replicar sin herir. Son demandados y bienvenidos en todos los grupos. Trabajan muy bien en equipo. Como “comerciales” no tienen precio.

La inteligencia social favorece no solo el éxito social -no tendría ese nombre si no fuera así-, también el profesional.

Inteligencia emocional

Para andar por casa, la inteligencia emocional, más allá -y más acá, o, al margen- del texto canónico de Goleman, se refiere a esas cualidades de estabilidad, temple, autocontención, resiliencia. Las personas con inteligencia emocional son positivas. Ante una adversidad la afrontan con entereza; superan la amargura sin encenagarse en la autocompasión. Ni se desbordan en la alegría, ni se ofuscan en la ira, ni se hunden en el abatimiento.

Joseph Rudyard Kipling expresó mejor que nadie y para siempre lo que es la inteligencia emocional: si tropiezas el triunfo, si llega la derrota, y a los dos impostores los tratas de igual modo…

Inteligencia ejecutiva o procedimental

Ejecutiva, procedimental, instrumental, el rótulo es lo de menos. Para algunos sería el tipo más decisivo de inteligencia. ¿De qué estamos hablando?

Sería esa modalidad de la inteligencia o del carácter o de la personalidad o del espíritu que dota a los individuos de iniciativa, de ambición. Que les motiva para ser emprendedores, para marcarse objetivos elevados.

Ambición para plantearse retos difíciles, proyectos arduos, objetivos elevados; sensatez para que esos objetivos sean alcanzables, no quiméricos. Criterio y cordura para planificar el itinerario conducente al objetivo final, juicio para analizar los pasos a dar y las etapas a cumplir. Y, sobre todo, perseverancia, tenacidad, constancia, fuerza de voluntad, autodisciplina para recorrer el largo camino completo. Sagacidad para esquivar obstáculos, flexibilidad para modificar la ruta si las circunstancias así lo imponen. Tesón y firmeza para alcanzar la meta.

La inteligencia ejecutiva o procedimental no se sacia con el entusiasta y fulgurante destello del genio momentáneo; requiere de la reflexión para establecer los procedimientos y del ánimo sostenido en el tiempo para ejecutarlos. Del esfuerzo continuado; incluso del sacrificio. Y de la mesura. Mesura hasta en el sacrificio. Se apoya, sin duda, en las otras inteligencias, pero es ella la única capaz de culminar la augusta tarea.

Trastorno del espectro autista

El Trastorno del Espectro Autista (TEA) se caracteriza por la normalidad (o supranormalidad, eso lo mismo da) de la inteligencia cognitiva y por acusadas carencias en alguna, o en todas, de las otras tres inteligencias. Los niños (y adultos) con TEA, huraños y apocados, enquistados en el mutismo, rehúyen espontáneamente todo contacto social; ello no significa que no lo deseen y no lo agradezcan, siempre que, con sutil tino, la iniciativa para el acercamiento parta del otro. Inestables y frágiles, propicios al arrebato —de risa, de llanto, de enfado—, negados para captar la doblez y la malicia, ineptos para el disimulo, nobles, transparentes, rígidos, incapaces por sí mismos de superar contratiempos, rehacerse y buscar soluciones, arraigan rápido en la comodidad de la derrota donde pueden quedar perennemente instalados si alguien con firme cautela no los desaloja. Cautivos de sus rutinas todo lo imprevisto les azora. Obstinados andariegos por trochas desbrozadas y sin bifurcaciones a las que alguien solícito y protector les haya conducido, los abrojos les perturban, las encrucijadas les confunden y atenazan. Sin amparo, son en la escuela carne de yugo y de acoso; en la vida mustios campos de desempleo y soledad. Pueden llegar, necesitan caminar acompañados.

Howard Gardner distingue hasta ocho tipos de inteligencia (lingüística-verbal, musical, lógica-matemática, espacial, corporal-cinestésica, interpersonal, intrapersonal y naturalista). Algunas se integrarían sin apenas desfigurarse en la etiqueta más abarcadora de inteligencia cognitiva. Con otras de las inteligencias propuestas por Gardner podría establecerse una vaga correspondencia con lo que otros prefieren denominar inteligencia social, emocional, etc. La inteligencia musical de Gardner es muy específica. Algunos, sin duda sangrando por la herida, pensamos que con oído se nace o no se nace. Dicen que puede afinarse. Tal vez.

Una sensata osadía de Gardner ha sido considerar como un subtipo de inteligencia a las habilidades motoras. A grandes rasgos, no otra cosa que habilidades motoras es eso que llama inteligencia corporal-cinestésica. Puede resultar chocante, no debiera serlo. A fin de cuentas, una de las posibles respuestas a esa recurrente pregunta, ¿qué nos convirtió en humanos?, es: la capacidad de fabricar herramientas. Para ello se requiere una coordinación visomotriz y una destreza manual que otros animales no tienen. Pues bien, de algún modo, en esa inteligencia corporal-cinestésica se incluye eso (coordinación visomotriz y destreza manual) y también el sentido del equilibrio corporal y la fuerza, potencia, resistencia, elasticidad y coordinación motriz gruesa que facilita correr, trepar, saltar, pedalear, golpear una pelota de fútbol o de tenis, etc.

Los defensores contumaces del CI (ellos dirían IQ; epata más) argumentan con brío y, justo es reconocerlo, sin faltar a la verdad, que cuando se efectúa un test de inteligencia a una población de preadolescentes para determinar su CI y se clasifica a esa población en cuartiles en función de los resultados, si luego se sigue en el tiempo a esa población, décadas después existe una correlación estrecha entre los ingresos promedio anuales de cada cuartil. El promedio de los ingresos anuales de los situados en el primer cuartil es superior al de los del segundo cuartil; y así sucesivamente.

¡Cómo para qué luego digan que el IQ no sirve de nada!, claman indignados. Si seguimos el curso a este razonamiento desembocamos en la definición más cínica de inteligencia: la inteligencia es la capacidad para ganar dinero.

Ya puestos a hacer trampas en el silogismo, la inteligencia corporal-cinestésica sería el tipo más decisivo de inteligencia. Y si no, qué se lo pregunten a Messi y Ronaldo.

Ahora ya en serio, la inteligencia corporal-cinestésica, o como lo queramos llamar, también importa. Sigamos con el TEA. Sucede a menudo, es casi la norma en muchos de los niños (y adultos) con TEA, que a esos déficits en inteligencia social, emocional y ejecutiva se añade una manifiesta torpeza motora, tanto en coordinación fina (dibujar, recortar, etc.) como gruesa (habilidad para correr, trepar, montar en bicicleta, jugar al fútbol, etc.).

Los adultos con TEA poseen una inteligencia cognitiva normal (no infrecuentemente elevada). Su cultura general tiende a ser superior a la media. Además, son nobles, leales, responsables, cumplidores. Pueden desarrollar a la perfección todos aquellos trabajos en los que lo fundamental sean las habilidades cognitivas. Sin embargo, invisibles, desconocidos, olvidados, incomprendidos, sin apoyos, el paro es su irremediable condena.

La ausencia de integración laboral de los adultos con TEA es un gran fracaso colectivo.