Dicen que antes de entrar en el mar, el rio tiembla de miedo. Mira para atrás todo el camino recorrido, las cumbres, las montañas, el largo y sinuoso camino abierto a través de selvas y poblados, y ve frente de sí un océano tan grande, que entrar en él solo puede significar desaparecer para siempre. Pero no hay otra manera, el rio no puede volver. Volver atrás es imposible en la existencia. El rio necesita aceptar su naturaleza y entrar en el océano. Solamente entrando en el océano se diluirá el miedo, porque solo antes sabrá el rio que no se trata de desaparecer en el océano, sino de convertirse en océano

Khalil Gibran

Recientemente nos ha dejado para siempre la Dra. María Reyes Armas Sánchez, conocida por sus compañeros cariñosamente como Mayeye, a la edad de 67 años. Estudió medicina en la Universidad de La Laguna, siendo miembro de su cuarta promoción. Su formación como médico especialista en pediatría la realizó en el Departamento de Pediatría del HUNSC, servicio en el que trabajó como médico adjunto hasta su jubilación. En los últimos meses, la junta de la Sociedad Canaria de Pediatría de Santa Cruz de Tenerife estudiaba realizarle un homenaje a su trayectoria profesional, pero desgraciadamente la muerte se cruzó en el camino, y partió sin saberlo. Desde estas páginas de nuestra querida revista, cuatro compañeros han decidido dedicarle unas palabras rememorando los momentos vividos junto a ella.

Querida amiga: Al comenzar a escribir estas palabras me acorde de la canción “Cuando te conocí la vida me enseñó” .. Y es que cuando te conocí, allá por el año 1978, en el que empezamos nuestra singladura de residentes de pediatría, supe que era una persona con suerte por haberte encontrado y que me ibas a enseñar, como así fue. Transmitías vitalidad, entusiasmo, generosidad, disponibilidad y cariño. Siempre adelante a pesar de las dificultades. Esos años de aprendizaje fueron duros y a la vez, preciosos.

Guardias, estudios, dudas, mañanas de reunión de equipo, con muchos nervios, explicando que había pasado en la guardia que hicimos. Pasamos por todo tipo de situaciones tanto en urgencias como en nidos, prematuros, paritorio etc. ¿Te acuerdas de nuestra primera punción lumbar en urgencias? ¿Y de las carreras entre nidos y prematuros? ¿Y de ese busca “urgente a paritorio”? Que estresante fue ese comienzo pero, poco a poco, supiste transmitir tranquilidad y compartir conocimientos y esa tranquilidad hizo que ya no hubiera nervios en las reuniones de la mañana y que solo aparecieran en algunas situaciones.

Formamos un grupo singular de compañeros que entramos a la vez (ahora los llaman “coerres”) Aprendimos de nuestros residentes mayores y de nuestros adjuntos.

Pero además de compañera, fuiste amiga, siempre dispuesta a escuchar con paciencia, a cambiar una guardia aunque fuera en festivo, a hacer un bizcochón para llevar a las excursiones, a disfrazarte en carnavales con el grupo que ya no era sólo de nuestra promoción. Estábamos todos, los residentes mayores y los que vinieron después.

Me has dejado huella y quiero agradecer todos los encuentros que he tenido contigo a lo largo de nuestras vidas. Me quedan tus enseñanzas y tus recuerdos y es que 45 años después vuelvo a decir que “cuando te conocí la vida me enseñó que eras un ejemplo a seguir”.

Querida Mayeye: Cuando llegaste a nuestra vida, traías un bagaje muy duro. Habías perdido a dos de tus seis hermanos de forma muy precoz, cuando eran tan jóvenes que no les tocaba partir. Y arrastrabas desde la infancia una cardiopatía que sé que no fue fácil asumir. Pronto nos hicimos amigas, por lo que compartí contigo la alegría de ver cumplidos tres de tus sueños. El primero ocurrió en el año 83, cuando ganaste de forma merecidísima el concurso oposición para la adjudicación de una de las cinco plazas de adjunto del Servicio de Pediatría del HUNSC. Siempre quisiste ser médico hospitalario y se notaba en la ilusión con la que afrontabas tu trabajo día a día. Los años de inicio como jóvenes adjuntas fueron increíbles: Nos ayudábamos en todo, éramos un equipo al que no le importaba dedicar todas las horas necesarias para tratar de sanar a nuestros pequeños pacientes y siempre nos parecían pocas.

Colaboraste también en trabajos de investigación y cuando creamos la Unidad de Neuropediatría, nos ayudaste los primeros años de forma inagotable. El segundo de tus sueños fue poder desarrollar tu vena docente cuando la situación lo permitió. Fueron muchos los médicos residentes que siempre te agradecerán como les enseñaste a explorar y tratar las enfermedades infantiles. En tu funeral, muchos se acercaron a despedirte y me comentaron la sensación de orfandad que les deja tu partida. Y el tercer sueño cumplido fue dentro del ámbito privado, en el que tuve la gran satisfacción de verte avanzar hacia el altar el día de tu boda. Estabas tan feliz que todos lo que te queríamos también lo estábamos. Y esa sensación maravillosa se repitió el 11 de junio de 1991 cuando nació tu hijo Alejandro. Siempre fuiste una madre orgullosa de su niño, una madraza, en el que derramaste todo ese amor que llevabas dentro. Luchaste siempre como una campeona, y cuando las cosas se pusieron difíciles, me diste una lección de entereza y valor. El vacío que me queda es inmenso pero, también, me dejaste paz y alegría por haber podido compartir contigo unos años importantes de nuestras vidas. Nos veremos, amiga y compañera.

Querida Mayeye: Te escribo asumiendo la dura realidad de saberte en un lugar lejano y desconocido pero también desde la certeza de que vives en nuestro corazón y en nuestro recuerdo.

En el Hospital Nuestra Señora de Candelaria compartimos gran parte de nuestra vida profesional como pediatras pero especialmente dedicados a la Neonatología. En ella fue realmente dónde desarrollamos nuestra labor hospitalaria aunque yo me inclinaría más hacia la neurología neonatal y neuropediatría y tú, definitivamente, te ocupaste del recién nacido normal.

Frecuentemente intercambiábamos diferentes puntos de vista, a veces no coincidentes, sobre nuestro trabajo como neonatólogos, siempre con el objetivo de encontrar la forma de mejorar los cuidados neonatales del recién nacido y de su madre. Pero no solamente compartíamos nuestra dedicación a la Neonatología sino también muchas actividades de carácter lúdico o social y por supuesto, el interés por nuestro trabajo y tu empatía fueron forjando con el tiempo una gran amistad. Tu partida, lentamente anunciada, ha sido una cruel realidad.

Siempre me impresionó tu carácter fuerte, rocoso, sólido y tu personalidad determinante con tus convicciones. Sin embargo, ese aspecto ocultaba a una mujer con una inmensa sensibilidad y generosidad y una neonatóloga con una enorme capacidad para comprender y gestionar las emociones de la maternidad.

Cada día acudías al hospital con el mismo entusiasmo y la misma pasión que el primer día. Yo diría que incluso con mayor ilusión. Nunca te quejabas de tu trabajo, pese a tus problemas de salud, sino de las dificultades con las que te encontrabas para poder llevarlo a cabo con excelencia. Puede parecerte un halago pero no me equivoco si te digo que poseías “el arte del manejo del recién nacido y de la relación con las madres”. Te avalaban, sin duda, tus habilidades y tus conocimientos en el campo de la neonatología. Los recién nacidos eran tu debilidad y tu pasión.

Por tus manos han pasado decenas de miles de recién nacidos de la provincia de Santa Cruz de Tenerife durante los más de 35 años en los que desarrollaste tu labor como Médico Adjunto de Neonatología.

Contigo se formaron varias generaciones de residentes y alumnos de medicina que aprendieron el arte de la exploración, el manejo neonatal y la relación con las mamás y que conservan en su memoria, como hemos podido comprobar estos días, esa relación tan docente y amable que eras capaz de crear. Supiste rodear el área del Recién Nacido Normal de un ambiente de trabajo acogedor y agradable donde todos los integrantes del grupo, enfermería y auxiliares se sentían cómodos e implicados en la tarea de los cuidados neonatales.

Meses antes de tu fallecimiento me enviaste una bellísima metáfora de Khalil Gibran, cuando ya conocías el diagnóstico de la cruel enfermedad que te ha conducido al trágico desenlace final y me quedé petrificado. La he vuelto a releer en el momento de escribir estas notas y me emociona vivamente, hoy como antes, la serenidad, la valentía y el coraje de como aceptabas tu nueva situación.

Compañera de trabajo y amiga, tu conversación, tu sonrisa y tu ironía inolvidables, enmascaraban los serios problemas de salud por los que tuviste que pasar. La verdad y la honestidad por delante, nada de subterfugios. Siempre rigurosa y estricta en la aplicación de los cuidados neonatales. Nunca fuiste mujer de no dejar pasar por alto actitudes o prácticas que no considerabas claramente idóneas. Transparente, sencilla y trabajadora, siempre quisiste continuar trabajando a pesar de las dificultades de salud que no consiguieron agriar tu carácter.

Cada día, cuando acababas tu labor en la planta con los recién nacidos normales tenías por norma comentar las incidencias para tratar de mejorar la atención neonatal. Poseías una excelente capacidad innata para transmitir a las mamás los problemas que se presentaban en el recién nacido.

Querida Mayeye, has dejado, en los que te conocimos y trabajamos codo a codo contigo, un profundo pesar, un triste vacío, una ausencia en el camino pero, también, nos has dejado una impronta de valor y coraje para afrontar las adversidades de la vida, de ejemplar laboriosidad y sencillez, menospreciando la notoriedad. Nos dejas el imborrable recuerdo de tu paso por nuestras vidas y el alto valor de tu amistad. Y para las madres de los recién nacidos que pasaron por tus manos, estoy rotundamente seguro, la huella de tu buen hacer y tu cariño

Mayeye, mi queridísima y eterna amiga, nos conocimos en enero del año 1983, realizando el concurso oposición para la adjudicación de las plazas de adjunto del Servicio de Pediatría del HUNSC, y desde entonces trabajamos juntas, pero no es de tu profesión de lo que quiero hablarte sino de ti…de “mi amiga Mayeye”.

Tu mirada y tu sonrisa me transmitían calidez y franqueza. Eras muy valiente y luchadora, permaneciste siempre fiel a tus principios y a lo que considerabas justo y por lo que luchaste hasta tus últimas consecuencias, aun sabiendo el dolor y el sufrimiento que podrían ocasionarte muchas veces. También, tenías el gran don de escuchar sin juzgar. Tu carácter fuerte encerraba un gran corazón y una inmensa ternura que silenciosamente repartías a todos los que te rodeábamos.

En enero de 2020 llegó el temido diagnóstico, padecías esclerosis lateral amiotrófica. Con gran entereza, valentía y dignidad “conviviste” con ella hasta el mismísimo día de tu último viaje.

Como gran docente que fuiste, me diste una gran lección de humildad, de vida y amistad. ¡Gracias Mayeye! Siempre fuiste gran amiga de tus amigos. Pude ratificar en múltiples ocasiones lo generosa que eras. Mantuvimos nuestra comunicación diaria mediante wasaps hasta el día previo a tu partida, y pudimos comprobar las miles de cosas que nos unían y que compartimos durante 39 años de verdadera amistad ¡Qué afortunada me siento por ello!

Eras muy alegre y divertida y tenías un gran sentido del humor que conservaste siempre. ¡Cómo nos reíamos juntas! ¿Te acuerdas?… Seguro que recordarás nuestras últimas salidas juntos, tú, Manolo y yo. Fuimos a tomar un helado al Puerto de la Cruz y yo llevé una libretita para comunicarnos, y empecé a escribirte, y tú… con tu sonrisa picarona me escribiste “Concha ¿Por qué me escribes?, yo te oigo bien”, y acabamos los tres riéndonos a carcajadas. Esa eras tú, transmitías y repartías alegría siempre.

Tu hijo Alex al que amaste sin límites, fue tu inmensa alegría, tu ilusión y tu gran orgullo. Él superó con creces todas tus expectativas, te amó y te cuidó siempre con exquisito primor; pero no te olvides nunca que “los niños aprenden lo que viven” y fuiste tú, su madre, quien lo enseñó a ser el gran ser humano y maravilloso hijo que es y que también está muy orgulloso de ti.

Quiero terminar hoy con palabras tuyas. Seguro que recordarás cuando las dijiste: “No hay nada más bonito que la vida…y por eso hay que vivirla”. Tú lo hiciste, cuando tomabas una decisión siempre fuiste coherente en tus acciones. Y eso también me demostró que íbamos a seguir comunicándonos así:

“Concha, si puedo hablar…te hablo. Si no puedo hablar…te escribo, Y… si no puedo escribir… te miro”

Mayeye, tú, nuestra gran amistad y esas hermosas palabras

VIVIRÁN SIEMPRE EN MI CORAZÓN

¡Te quiero infinito amiga del alma!

Mª Cleofé Ferrández
Rosario Duque
Santiago López
Concepción Oliva