El suicidio es un grave problema de salud pública en todo el mundo, y en los últimos años ha experimentado un preocupante aumento entre los adolescentes, especialmente tras la pandemia de COVID-19. Este fenómeno, que supuso un aislamiento obligado para todos, ha dejado secuelas profundas en la salud mental de los jóvenes. El suicidio es la segunda causa de muerte entre los 15 y 29 años, solo superada por los tumores malignos. En 2022, se registró un aumento de muertes por suicidio en niños y jóvenes de 15 a 19 años, con 75 casos, 22 más que en 2021. La prevención del suicidio es de vital importancia, ya que no suele tener una causa directa, sino que los jóvenes que intentan suicidarse suelen presentar una combinación de factores de riesgo.

Antes de la pandemia, se estimaba que el 30% de los menores habían presentado ideación suicida en algún momento, el 10% lo había intentado y el 2% había requerido atención médica por intentos de suicidio. Además, se calcula que el 18% de los menores se autolesionan antes de los 18 años. Tras la pandemia, estos indicadores han aumentado significativamente. La Fundación ANAR ha atendido un 145% más de llamadas de menores con ideas o intentos de suicidio y un 180% más de casos de autolesiones en comparación con los dos años previos.

Los factores de riesgo asociados al suicidio en adolescentes son múltiples y se dividen en individuales, relacionales y comunitarios. Entre los factores individuales se encuentran los intentos de suicidio previos, los trastornos de salud mental como la depresión, el aislamiento social y el consumo de sustancias. En cuanto a los factores relacionales, destacan las experiencias adversas en la infancia, el acoso escolar, el historial familiar de suicidio y los conflictos familiares o entre amigos. Por último, los factores comunitarios y sociales incluyen el trauma sistémico, las experiencias marginadoras basadas en factores socioeconómicos, raza/etnia o identidad de género/sexual.

Sin embargo, existen factores protectores que pueden reducir el riesgo de intentos suicidas en un 70-85%. Estos incluyen la unión familiar, la buena vinculación con la escuela y el sentimiento de pertenencia al entorno. Es fundamental estar atentos a las señales de advertencia, como hablar de suicidarse, sentirse desesperanzado, cambios de humor, aumento del consumo de sustancias, aislamiento, alteraciones del sueño o regalar posesiones preciadas.

Los padres juegan un papel crucial en la prevención del suicidio. Nunca se deben minusvalorar las señales de alarma. Si un hijo muestra tristeza o comportamientos extraños, es importante abordar la situación con preguntas como “¿Qué te sucede?” o “Te noto triste”. Escuchar activamente, incluso cuando el adolescente no habla, es esencial. También es fundamental investigar si el joven está sufriendo acoso, violencia sexual u otros problemas. No se deben ignorar frases como “Me quiero ir” o “Nada importa”, y ante cualquier signo de alarma, se debe acudir al pediatra. Además, es recomendable eliminar o guardar bajo llave medicamentos, armas y productos químicos que puedan ser letales. Apoyar al adolescente durante el tratamiento, fomentar la socialización, el sueño y el ejercicio al aire libre son acciones que pueden marcar la diferencia.

En resumen, la prevención del suicidio en adolescentes requiere un esfuerzo conjunto de padres, profesores y pediatras. Estar atentos a las señales, fomentar un entorno de apoyo y buscar ayuda profesional ante cualquier sospecha son pasos esenciales para proteger a los jóvenes y brindarles un futuro esperanzador.