Durante siglos, la sal fue símbolo de riqueza, poder y supervivencia. Era el “oro blanco” que movía rutas comerciales, pagaba salarios (sí, de ahí viene la palabra “salario”) y conservaba alimentos cuando el frío era un lujo. En Canarias, salinas como las de Janubio o Fuencaliente son verdaderos templos de tradición, donde el mar, el sol y el tiempo hacen magia cristalina.
Pero hoy, el relato ha cambiado.
La sal sigue siendo valiosa… pero por otros motivos. Uno de ellos, la necesidad urgente de reducir su consumo. Porque este pequeño cristal puede estar detrás de grandes problemas de salud.
La sal que sobra
Del 12 al 18 de mayo se celebra la Semana Mundial de Sensibilización sobre la Sal, una iniciativa de la OMS que busca reducir el consumo excesivo de sal/sodio para prevenir enfermedades cardiovasculares, hipertensión, cáncer de estómago, obesidad y hasta la osteoporosis.
Sí, todo eso puede estar relacionado con algo tan cotidiano como el gesto de girar un salero.
La OMS lanzó el paquete técnico SHAKE, que promueve reformas a gran escala para lograr un objetivo ambicioso pero necesario: reducir un 30 % el consumo medio de sodio en la población entre 2010 y 2025.
¿Por qué tanta urgencia?
Porque los datos no mienten:
Hasta el 30 % de los casos de hipertensión arterial están directamente relacionados con el exceso de sal.
Se ha encontrado un vínculo entre el consumo elevado de sal y el cáncer gástrico.
El sodio en exceso también agrava la osteoporosis y favorece el sobrepeso.
Y lo más preocupante: muchos casos de hipertensión infantil pasan desapercibidos, porque no dan síntomas.
¿Cuánta sal es demasiada?
Según la OMS:
Adultos: máximo 5 g de sal al día (2 g de sodio).
Niños de 4 a 8 años: 1,2 g de sodio/día.
De 9 a 18 años: hasta 1,5 g/día.
Bebés menores de 1 año: nada de sal. Cero.
El enemigo está en casa (y en la etiqueta)
Casi el 75 % del sodio que consumimos proviene de alimentos procesados y ultraprocesados. No solo es la sal que añadimos al cocinar: está en el pan, los embutidos, los quesos, las salsas, las croquetas precocinadas, las papas fritas de bolsa, y hasta en productos que “no saben salados”.
Por eso, leer las etiquetas se vuelve un acto de resistencia saludable:
Bajo contenido en sal: menos de 0,3 g por 100 g.
Alto contenido: más de 1,2 g por 100 g.
Y ojo, el sodio puede aparecer con nombres camuflados como cloruro sódico.
¿Qué podemos hacer en casa?
Aquí van unos consejos sal-seros:
Quita el salero de la mesa. No, no se va a ofender nadie.
Usa especias y hierbas (romero, orégano, ajo, cebolla, pimienta) como alternativa.
Evita productos ultraprocesados: salchichas, embutidos, comidas listas para calentar.
Di no a los salazones, quesos muy curados y snacks salados.
Acostumbra el paladar desde pequeño: los hábitos de la infancia marcan el futuro.
Sal con historia, sí. Pero también con conciencia.
Podemos seguir amando la sal por su historia, su presencia en nuestras tradiciones, sus salinas majestuosas y su protagonismo en la gastronomía canaria. Pero debemos aprender a mirarla también con lupa crítica.
No se trata de demonizarla, sino de respetarla.
Como todo lo poderoso, usada con mesura, es aliada. En exceso, se convierte en riesgo.
Así que, la próxima vez que vayas a añadir una pizca más… recuerda: ya hay sal en casi todo. Y lo que sobra, puede costarnos salud.